Sirviendo en la Comisión
/Me invitaron a servir en la Comisión de El Camino Hacia Adelante en el otoño de 2016. Me neguٞé. Me invitaron nuevamente y dije otra vez que no. No quería gastar mi tiempo y energía extraordinariamente asistiendo a reuniones si el enfoque era de "resolver problemas" que la iglesia no ha podido resolver en cuarenta años. Eventualmente, un par de colegas hablaron personalmente conmigo para animarme a servir. Lo que me convenció fue la declaración de Misión, Visión y Alcance que sirvió de base para el trabajo de la Comisión. Si este trabajo era para multiplicar el testimonio de la Iglesia Metodista Unida cultivando una diferenciación más contextual y manteniendo la mayor unidad posible, entonces creí que esto podría ser de digno servicio.
La lista de otros que aceptaron servir en la comisión contenía 32 nombres más los tres obispos que trabajaron como moderadores, dos traductores y tres miembros del personal de apoyo que tomaron notas, manejaron la logística y ayudaron con la comunicación. Solo conocía a ocho de los miembros de la comisión personalmente, a otros que había conocido aquí y allá, y a algunos que solo conocía de nombre.
Nuestras primeras introducciones personales se hicieron por correo electrónico ya que cada uno de nosotros compartió un párrafo sobre por qué habíamos respondido a servir en la comisión. Una línea de mi párrafo lee: "Acepté porque creo que la IMU ofrece una voz particular al testimonio cristiano que puede alcanzar a las personas que otras ramas de la familia cristiana no pueden alcanzar". No dije que sí para salvar una institución; Dije que sí para ayudar a multiplicar el testimonio de los Metodistas Unidos.
Escuchamos las voces de los demás por primera vez a través de una conferencia telefónica. Cada uno de nosotros ofreció una oración de un minuto. La experiencia me emocionó más profundamente de lo que esperaba. Los nombres en la lista frente a mí se convirtieron en voces distintivas de las personas, una multitud de idiomas y acentos regionales, de variada intensidad y emoción, todos mostrando pasión por Cristo y un amor por la Iglesia Metodista Unida. En esos breves momentos, recibimos un vistazo de la gentileza, el buen humor, el aliento mutuo, la base espiritual común y el deseo de lo mejor y más elevado que caracterizaría nuestro trabajo. Cuando la llamada terminó, me quedé sentado mirando el teléfono en silencio. Estas son personas que deseo conocer, pensé. Una leve sensación de inquietud, quizás de precaución, fue reemplazada por una sensación de anticipación. Y de esperanza.
En la primera reunión, me senté en la esquina de la gran disposición rectangular de mesas. Una parte de mí todavía temía el inevitable flujo de una reunión que remueve el espíritu de la mayoría de los equipos de trabajo, comités y juntas. Pero esto se sintió diferente.
Cada reunión comenzó con la predicación de un miembro de la Comisión. Revisamos minuciosamente la Misión, la Visión y el Ámbito, juntos y en pequeños grupos. Volvimos a ese mismo documento en cada reunión. Sirvió como nuestra declaración de propósito, una clara articulación de lo que el Concilio de Obispos nos había pedido que hiciéramos en respuesta a la acción de la Conferencia General.
Trabajando en grupos pequeños y luego con toda la Comisión, capturamos actitudes y comportamientos que eran importantes en nuestra conducta los unos con los otros. Un pequeño grupo de escritores organizó estos pensamientos que se fueron refinando por toda la comisión, después adoptados, y luego repetidos y discutidos nuevamente en casi cada reunión. Este era nuestro Pacto.
Nos comprometimos a orar el uno por el otro, por la Comisión, por la IMU y por la misión de Cristo; a tratarnos los unos a los otros con respeto, a esperar lo mejor en los demás, a hablar con la verdad con amor; a escuchar activamente a los demás, a intentar primero entender en lugar de ser comprendido, a pedir claridad, a ser pacientes el uno con el otro; a mantener una estricta confidencialidad, a evitar el discurso dañino hacia uno o acerca del otro, a abstenerse de culpar a los demás, a no malinterpretar a los demás o usar lenguaje derogatorio.
Leímos The Anatomy of Peace (La Anatomía de la Paz), un libro que nos proporcionó un lenguaje para nombrar varias tendencias que podríamos encontrar en nosotros mismos o en la dinámica de nuestra comunidad. Aprendimos de ideas tales como tener un corazón de paz en contraste con un corazón de guerra; y sobre la colusión que se desarrolla cuando las personas se involucran en un conflicto mayor que exacerba las diferencias, la ira y la hostilidad.
Los moderadores planearon las agendas para nuestras nueve reuniones de tres días. Además de organizar nuestro tiempo juntos para incluir adoración y oración, los moderadores nos diéron las noches libres para que personas pudieran comer juntas, hacer caminatas nocturnas, pasar el rato en el lobby del hotel o conversar y reflexionar sobre los temas del día.
No puedo exagerar el sentido casi inmediato de respeto mutuo y afecto genuino que Dios nos concedió en nuestro trabajo conjunto. En el desayuno, el almuerzo y la cena, gente de toda la iglesia y representando muchas perspectivas teológicas variadas rieron, oraron y hablaron juntas sin agruparse en grupos de afinidad donde todos piensan lo mismo. Se formaron amistades genuinas que, sin duda, durarán por décadas.
Pero no todo fue fácil, suave y agradable. A veces la gente expresaba profunda frustración, compartía dolor y expresaba intensas diferencias de opinión y experiencia. Algunas sesiones rebozaban de tensión. Sin embargo, entendimos que no estábamos reunidos para cambiar nuestras mentes o teologías; estábamos trabajando para descubrir cómo coexistir no solo a pesar de nuestras diferencias, sino prosperar en apoyo mutuo y en una conexión que multiplicara el testimonio de los Metodistas Unidos. Nadie jamás se retiró; todos volvieron a la mesa una y otra vez. Nunca abandonamos el uno o el otro.
Nuestra última reunión se celebró en Nashville, y nuestro último servicio de adoración se llevó a cabo en la Capilla del Aposento Alto en el edificio de Ministerios de Discipulado. El cancillo de la capilla tiene una hermosa talla de madera con una pintura de La Última Cena de Leonardo da Vinci, y toda la capilla reproduce las características arquitectónicas del aposento alto como se muestra en su pintura. Cantamos, oramos y oímos un mensaje ofrecido por uno de los moderadores.
Cada uno de nosotros fue invitado a buscar a otra persona, a cualquier persona, eventualmente a cada persona, y a tomar sus manos en las nuestras mientras las enfrentamos, repitiendo lo siguiente: "Ann, si hay algo que he dicho o cualquier cosa que haya hecho que te ha lastimado o dañado de cualquier manera, te pido que me perdones."
Ann respondía diciendo: "Te perdono", y luego decía, "Robert, si hubo algo que hice que te lastimó o te hizo daño de alguna manera en lo que dije o hice, por favor, perdóname". Alguien de afuera pensaría que estaba viendo un paso intenso y prolongado de paz mientras que las personas se movían de una persona a otra, pidiendo perdón, ofreciendo perdón, anhelando reconciliación y compartiendo la gracia de Dios. Imagínense a casi cuarenta personas haciendo esto con una persona tras otra entre abrazos, llanto y risa. Fue incómodo y espléndido, intenso y relajado. Fue curativo.
No pude evitar de pensar en un centenar de concilios eclesiásticos, grupos de trabajo, reuniones de delegaciones y conferencias que deberían haber terminado con un ritual como este. "Si he hecho o dicho algo que te haya lastimado de alguna manera, por favor, perdóname ..."
Nuestro acto final después de servirnos la comunión los unos a los otros fue unirnos, cada uno diciendo: "Amigos, ahora les pido que me concedan la libertad del trabajo de la comisión para regresar a mi ministerio como obispo de la Conferencia Río Texas. "Uno por uno, todos pidieron libertad de las responsabilidades que habían tenido durante quince meses para poder regresar a sus ministerios como laicos, pastores, obispos o líderes de la conferencia.
No sé qué elegirán los delegados en la Sesión Especial de la Conferencia General en 2019, en qué dirección decidirán llevarnos. Los planes desarrollados por la Comisión son imperfectos, cada uno de ellos. Pero sí sé que la Comisión ha demostrado, mediante su vida en común, un camino que es fundamentalmente diferente de cómo se han mantenido las conversaciones sobre personas LGBTQ en el pasado. Esta forma de trabajar en conjunto mostró un ethos profundamente wesleyano mejor representado por alguien que dijo: "No estoy de acuerdo contigo, pero eso no significa que no quiera estar en la misma iglesia contigo. De hecho, no quiero pertenecer a una iglesia que no te incluya a ti, aunque estemos en desacuerdo sobre esto y muchos otros asuntos."
Hay problemas que resolver y hay tensiones que gestionar. La Comisión nos ha dado una idea para el futuro de cómo se puede manejar la tensión en la iglesia por el bien de multiplicar la misión y el testimonio de la Iglesia Metodista Unida, con respeto mutuo, gracia, trabajo arduo y oración.
Vuestro siervo en Cristo,
Robert Schnase